La Pragmática de 1611 puso la elección del sistema de transporte muy difícil a las prostitutas. Estas tenían pocas opciones para trasladarse a sus calles de cita o residencia. Sólo la mula o el paseo a pie lo tenían permitido. El texto no deja lugar a dudas: "...mandamos que ninguna mujer, que públicamente fuere mala de su cuerpo y ganare por ello, pueda andar en coche ni carroza, ni en litera ni en silla en esta Corte, ni en otro algún lugar de estos nuestros Reinos, so pena de cuatro años de destierro de ella con las cinco legua, y de cualquier otro lugar y su jurisdicción adonde anduviere en coche, carroza, litera o silla por la primera vez, y por la segunda sea traida a la vergüenza públicamente, y condenada en el dicho destierro". La vergüenza pública consistía en exponer al reo al aprobio público en una plaza o lugar concurrido de la ciudad, además era sacado por las calles con una especie de capirote o cucurucho de papel en la cabeza.- |
EL ADORNO DE LOS COCHES Y LA REGULACIÓN DE SU USO A LOS ALGUACILES, ESCRIBANOS Y AGENTES DE PLEITOS El 5 de noviembre de 1723 Felipe V promulgó una pragmática sobre el adorno de los coches y las sillas de mano. Se intentaba poner fin a tanto lujo de detalles y por ello se ordenó que "...ningún coche, carroza, estufa, litera ni furlón se pueda hacer ni haga bordado de oro, ni de seda alguna que lo tenga, ni con franjas ni trencillos, ni otra guarnición alguna de puntos de oro ni de plata...". Pero la ley no sólo puso freno a la proliferación del lujo y decoración de coches, sino que además estableció las limitaciones de su uso a un importante colectivo de profesionales. Así, aclaraba la norma real, que debido al "...exceso grande que de algún tiempo a esta parte ha habido en el uso de los coches, y gastos que ocasionan en los caudales de algunas personas que por sus ministerios no deben tenerlos... ordeno y mando que... no puedan traer coches, carrozas, estufas, calesas ni furlones los Alguaciles de Corte, Escribanos de provincia... ni tampoco lo han de traer los Notarios, Procuradores, Agentes de pleitos... ni los mercaderes con tienda abierta...".- |
La calle Mayor -comentan varios autores- "era de día de rua un palenque agitado, un aluvión de faldas, un tumulto de guarda infantes, una invasión de chapines de virillas y de tacones de siete pisos; un confuso remolino de carrozas, carricoches y calesas, un ciclón de literas y jinetes, una galera de intrusos, un pandemonium de chillidos, gritos y juramentos". Cuentan que las damas de alta alcurnia y apicaradas, como las llama Quevedo, no guiaban los coches "porque no era fácil manejar cuatro mulas de colleras en carroza de seis asientos, pero sabían colocarse al estribo muy descubiertas, como rezaban los bandos, o con mantos de disfraz in surrecto para mejor recibir el chaparrón de frases cultas, frívolas y almibaradas".- |
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EL COCHE EN LA LITERATURA DEL SIGLO DE ORO Francisco Santos. autor de obras costumbristas como Día y Noche de Madrid y Las Tarascas de Madrid, explica cómo una persona compra una caja de coche y la cuelga del techo de la casa con 4 cordeles. Luis Vélez de Guevara, en su obra Diablo Cojuelo, relata una experiencia parecida en la que una familia vive en un coche de tiro para utilizarlo y sin nada de comer porque se gastaron todo en la compra. Por su parte Salas Barbadillo cita los paseos por el Prado en el entremés El Prado de Madrid y Baile de la Capona. Quevedo también habla de la circulación de coches en el centro de la Villa y Corte en El Buscón: "...muchas carrozas rebosando dueña/de todo un barrio cada coche lleno". Y Lope de Vega, vecino del lugar, también cita el tráfico del paseo del Prado: "...ver mil coches de día/del Prado armados bajeles".-
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Un coche de 4 plazas costaba a finales del siglo XVII 11.000 reales, más 3.000 por mula, una cantidad notable para la mayoría de los vecinos de la Villa y Corte. A lo largo de este siglo muy pocos madrileños ganan lo suficiente como para poder vivir dignamente, alimentarse bien y encima disponer de coche y cochero. Sólo las clases altas pueden permitirse tal lujo sin tener que renunciar a otros menesteres domésticos, aunque entre la nobleza existe otro rasgo de ostentación que les distingue: la servidumbre a su servicio. Durante el siglo XVII los paseos por el Prado y la carrera de San Jerónimo son escenas que se repiten a diario provocando problemas no sólo de tráfico, sino personales debido al gran número de caballerizas en circulación y a la falta de respeto por ceder el paso. En este sentido los conflictos son permanentes entre cocheros y peatones, especialmente los días de fiesta o a la hora del teatro.- |
En junio de 1774 se publicó un edicto que indicaba que "...ningún cochero se separe del coche, mulas o caballo, siempre que estén parados y sin sus dueños dentro, en las calles, plazuelas, paseos y demás sitios de esta Corte, ni cuando van a las cocheras a sacarlos o encerrarlos dejen ir sólo al ganado y no corran con él... y también que los dueños de los calesines de alquiler vayan precisamente asidos al freno del caballo; y lo mismo los mozos de los particulares; y los panaderos, tahoneros, arrieros, yeseros, cascajeros, trajineros con caballerías o carros, galeras y carromatos, y pasajeros que van montados, conduzcan sus ganados a paso regular". Las penas por la 1ª infracción eran de 20 ducados. |
En febrero de 1782 se repitió el mismo edicto aumentando las penas a 6 meses de trabajos forzados en las obras públicas del paseo del Prado. En enero de 1785 la situación no había cambiado nada reconociéndose que "...continúan aún con mayor exceso, experimentándose los muchos atropellos, heridos y otros daños que diariamente ocasiona esta inobediencia y abuso de correr por las calles". En este caso el cochero era castigado a vergüenza pública y el dueño, si viajaba dentro, con la pérdida del carruaje y las mulas en caso de atropello. Y como era costumbre, los bandos eran fijados en las calles y plazas más concurridas para conocimiento público.- |
EL ATROPELLO DE LA CALLE DE SEGOVIA "El día 3, a las ocho y media de la noche, se dio cuenta al Alcalde don Pedro Flores Manzano de que en la casilla de los guardas que está a la entrada del Puente de Segovia se hallaba un hombre expirando, de resultas de haberle cogido un coche". El herido, casado y vecino de la calle de San Antón, señaló que "viniendo por la pradera de San Isidro le atropelló un coche que venía corriendo, con seis mulas, pasnándole las ruedas por encima del cuerpo, sin haber podido identificar al dueño ni las libreas de los cocheros". Este accidente, descrito en 1797 por el conde de Floridablanca, ministro de Carlos III, fue uno más de los muchos que se sucedieron durante todo el siglo XVIII, especialmente en la 2ª mitad. Con la idea de evitar tanto accidente las autoridades regularon el número de caballerizas que podían tirar de los coches, pero ni amos ni cocheros respetaron las órdenes dadas desde el Ayuntamiento.- |
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